jueves, 27 de agosto de 2015

¡O R I Z A B A !

He de tornar definitivamente brilla                          Hoy que la nieve ya en mis sienes brilla
a mi tierra natal a mi Orizaba                                   serenándola mi frívola cabeza
donde seis lustros ha que se arrullaba                      quiero llegar a ti,
mi corazón sensual y adolescente.                             ciudad sencilla.

Volveré a recrear aquel ambiente                             y tus puentes cruzando con presteza
que el viento norte y sur enneblinaba                       a tu seno tornar, ¡oh Pluviosilla!
y las flechas que el cielo gris aljaba,                          para sorber tu lluvia
lanza en el chipi-chipi persistente.                             y tu cerveza.



Ahora que escribía sobre el ferrocarril mexicano, arribaron a mi mente varios momentos que en forma vaga se encontraban dispersos en el “cajón de los recuerdos” que por mucho tiempo no tocaba; y, al revisar su contenido encontré un viejo recorte que algún día me obsequió mi amigo Francisco Liguori que ya no se encuentra entre nosotros y que quise reproducir en su memoria.

Son tantos recuerdos que llevamos bajo la piel que difícilmente me doy cuenta de ellos, pero cuando empiezan a salir, se aglutinan y pasan a toda velocidad por la mente, trataré de tomar algunos cuantos para hacer memoria en parte, y fueron muchos años de acumularlos en una época tan histórica, apreciando desde la segunda guerra mundial 1940-1945, el desarrollo de los avances científicos y tecnológicos ocurridos en la segunda parte del síglo pasado.

Yo creo haber recorrido toda la ciudad a pie y puedo decir que la conocía por todos lados a la tradicional “Pluviosilla”. Se decía en aquellas fechas que seis meses eran de lluvia y seis meses de chipi-chipi y que solo teníamos dos estaciones, la de “aguas” y  la  del “ferrocarril”,  la mayoría de sus calles empedradas, sus banquetas de piedra labrada, su señorío colonial por la abundancia de iglesias del siglo XVI y sus tejados de teja roja que le daban un agradable sabor provinciano.

Muy ostentoso y flamante lucía en aquellas fechas el palacio municipal que fue hecho en Bélgica y traído en barco en piezas desarmadas de hierro, inaugurado en 1894. El tradicional “parque Castillo” en el centro de la ciudad, donde nos dábamos cita los amigos para pasar ratos agradables en las neverías, el teatro “Llave” donde fueron celebrados diversas actividades culturales de mucha tradición.

En el centro de la ciudad destacaba la Parroquia de San Miguel, como principal centro religioso de bodas y varias celebraciones sociales, la tradicional calle Madero que fue la principal zona comercial en aquella época y una plaza lateral donde se encontraba localizado el mercado como principal centro de abasto de la ciudad, estaba rodeada de tiendas.

En la alameda central que estaba ubicada en una orilla de la ciudad, se encontraban diferentes obras de ornato y principalmente estaba llena de jardines y fuentes de ornato. Había una estatua de Ignacio de la Llave y un kiosco central, sus calles principales muy bien pavimentadas. La alameda fue considerada como centro de festividad y como punto de reunión en diferentes fechas como desfiles y prácticas militares. Faltó mencionar el famoso “cerro del borrego”, así como los paseos naturales que están ubicados en la periferia de la ciudad y las villas cercanas: Rio Blanco, Nogales y Ciudad Mendoza que eran poblados muy pintorescos.

La ciudad fue considerada como un centro industrial por encontrarse ubicadas las principales fábricas de hilados y tejidos del país, la tradicional Cervecería Moctezuma, así como la estación del Ferrocarril Mexicano con sus principales instalaciones para el servicio de trenes de la vía México-Veracruz.

Tiene muchos años que no he regresado a Orizaba y supongo que ha tenido el crecimiento urbano como todas las ciudades del país y prefiero seguir guardando el grato recuerdo como la dejé, porque el cambio ha de ser radical en crecimiento, urbanismo y población…¡Cuna de tantos recuerdos!



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