Con
frecuencia la mayoría de nosotros casi nunca reconocemos nuestras virtudes
personales debido a que pocas veces tenemos la sensación de haber triunfado y
por consecuencia haber logrado un éxito. Si recapacitamos un poco y nos dejamos
invadir por la sensación del triunfo, sentimos inmediatamente la necesidad de
restar importancia a nuestros logros, sobre todo delante de nuestros familiares
y de nuestros amigos, antes de reconocerlo estamos automáticamente negando que
hayamos legrado nunca nada.
Muchas
personas con éxito sí se deleitan en sus logros y nos lo demuestran cuando
visitamos sus oficinas o despachos y hogares mostrando colgados en cuadros sus
fotografías, títulos profesionales, constancias de diversos estudios realizados,
exhibiendo premios y felicitaciones en las repisas o chimenea o en vitrinas
para tal propósito. Han alcanzado el éxito y no solo les aplaude su mundo
profesional, sino que ellos mismos se congratulan por haber obtenido esos
galardones.
Si
hacemos la narrativa de un poco de historial, nos cercioramos de que el origen de esta conducta
tan poco amable hacia nosotros, muchas veces nos veremos de pie en silencio,
esperando pacientemente un reconocimiento paterno que nunca llegó,
independientemente de nuestro logro concreto. Y mucho después del transcurso
del tiempo debido a que estamos condicionados a creer que nunca haremos nada
los bastante bien, perpetuamos este círculo destructivo, negándonos a darnos el
beneplácito por nuestros triunfos.
En
mi caso, después de haber obtenido el tan codiciado título profesional,
continué en el afán de seguir mi preparación dentro de mi especialidad y me
inicié en la nueva experiencia de continuar la maestría en mi especialidad. En
fecha posterior a este proyecto seguí estudiando el doctorado en la misma
especialidad, habiendo logrado conseguir en un período de cinco años y mediante
la presentación de dos exámenes de grado, los correspondientes a la maestría y
al doctorado. Superficialmente parecía haber triunfado al conseguir los dos
grados correspondientes a la especialidad.
Pero
también había sucumbido ante el espejismo idealizado, al suponer que con la
obtención de ese proyecto creativo, sería el que me traería el reconocimiento
que había aspirado a llegar durante toda mi vida. El gran momento acabaría de
llegar, creí haber escalado a las altas esferas que podía tener a mi alcance,
ya que había conseguido mi proyecto, o sea que mi nave tantas veces navegando,
por fin había llegado a puerto. Aun así, no hubo ese tan esperado
reconocimiento o el beneplácito y desde luego no me lo concedía a mí mismo, la
única fuente posible del mundo exterior. Seguro que el mundo iba a percatarse
de la gran importancia de los proyectos que tenía en mente para desarrollarlos
en fecha próxima.
Así
que empecé a buscar pistas y hallé pruebas en los archivos que tenía en
diversas cajas de cartón que atestiguaban las constantes premiaciones que tenía
acumuladas y que finalmente llevé a enmarcar algunos de mis recuerdos favoritos
como fueron: título, grados académicos, cubiertas de libros escritos en la
Universidad y otras tantas distinciones recibidas en diferentes fechas y lugares.
Cuando los colgué en el salón, di un paso atrás y los miré como si hubiera yo
sido un desconocido. Me asombré al ver todo ese material junto, me felicité por
el trabajo realizado.
Ahora
retengo los momentos de éxito obtenido y los considero como testimonios físicos
de mis triunfos logrados que al observarlos, me estimulan enormemente a que me
sienta como un hombre con éxito.
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