lunes, 5 de diciembre de 2016

NECESITAMOS PERSONAS ÍNTEGRAS.

Campaña de Líderes.
Seguimos informándonos por los noticieros de todos los desajustes  financieros que existen en nuestro país en diversos puntos de la república,
En donde existen muchas carencias en las poblaciones de centros desprotegidos y en donde los beneficios que se obtienen se concentran en núcleos reducidos de quienes manejan o distribuyen fondos económicos.

Hoy en día se ha observado que ya no vale mucho la integridad en las personas, pese a que es una de las virtudes esenciales del ser humano, sobre todo en aquellos que manejan fondos públicos. La integridad está con fondos públicos y generalmente son recaudados por el estado.

Estos principios representan nuestra conciencia del bien y del mal, nacida no de normas de conducta, sino del sentido de calidad humana. Entre esos principios podemos considerar la honradez, la valentía, la justicia y la generosidad que se van formando cada vez que los seres humanos toman una decisión difícil que afecta en gran forma a diferentes grupos sociales.

Por consiguiente las faltas se observan en el solo hecho de proceder mal y no en el hecho de que se descubra el daño cometido. Hay quienes dudan que los controles internos sirvan de algo. ¿Acaso no somos informados frecuentemente de los daños cometidos por los deshonestos? Esta pregunta nos hace recapacitar de los diferentes dilemas que están ocurriendo en la vida moderna.

Muchas personas han llegado a creer que lo único que se necesita para triunfar y destacar, es necesario: talento, empuje y personalidad.  Pero la historia nos ha enseñado que a la larga, importa más quiénes somos y quiénes aparentamos ser. Personajes como Fraklin y Thomas Jefferson manifestaron su convicción que el éxito y la felicidad auténtica, solo se alcanza si se hace de la integridad la piedra angular en la vida.

Un sistema de valores se basa sólo en aptitudes y la personalidad hace héroes de nuestros personajes destacados y grandes empresarios. Por mucha admiración que expresemos a esos triunfadores, no siempre los hemos de considerar dechados de virtudes. Aunque la habilidad es necesaria para conseguir el éxito, no garantiza la felicidad ni la realización personal, que más bien se derivan de la integridad y para su desarrollo, la clave consiste en aprender desde la primera edad, en ver el yo interno a trabajar de dentro hacia afuera.

Con este enfoque, a los triunfos públicos los preceden los privados. Éstos últimos no son más que propósitos que hacemos ante nosotros mismos así como ante los demás, y que finalmente cumplimos todo lo que ofrecemos hacer o conseguir. No tienen que ser cambios muy radicales para impresionar, sino pueden ser muy ordinarios si finalmente cumplimos lo prometido.

Otra manera de lograr la integridad consiste en reconocer nuestros errores y corregirlos; un indicador que muestra lo íntegro que somos y como reaccionamos ante lo que ha salido mal y corregirlo, porque quienes actuamos con frecuencia en determinado tipo de actividades, estamos expuestos a equivocarnos.







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