lunes, 21 de noviembre de 2016

HACIENDO RECUERDOS DE ROMA.

En el desayuno de mis compañeros de escuela que tuvimos la semana  pasada, uno de ellos estuvo platicando sus experiencias en un viaje que realizó a Europa y al platicar sobre su estancia en Italia, lo hizo concretamente sobre Roma, cuna de la cultura y donde todo es historia y belleza.

Esta plática me hizo recordar algunos puntos que para mí fueron sobresalientes la Basílica de San Pedro y la Plaza romana de Navona. Después del genio Miguel Ángel, el continuador de la obra fue Gian Lorenzo Bernini llamado también “soberano del arte” escultor, arquitecto y pintor, quien en su obra trataba también con príncipes, reyes y papas.

Considero a Bernini como el continuador de la obra de Miguel Angel. El papa Gregorio XV, quien había sido protector de Bernini le llamó y entonces aquellos dos hombres, ambos extraordinariamente dotados para proyectos grandiosos, empezaron a trabajar y el primer fruto de esa asociación fue el baldaquín de bronce que se alza sobre el  lugar donde se supone que está la tumba de San Pedro, bajo la poderosa cúpula de la basílica del apóstol.

El Papa Urbano VIII que estaba al frente de la iglesia católica en 1633 encontró el problema de enlazar el cuerpo central proyectado por Miguel Ángel con el longitudinal diseñado por Maderno y le correspondió a Bernini, utilizando para ello un enorme baldaquín de bronce, cuyas intrincadas columnas salomónicas llevan la vista desde el altar papal instalado sobre la tumba del Apóstol San Pedro, hasta la increíble cúpula de Miguel Ángel.

Bernini, también llamado “el arquitecto de San Pedro” y de quien decían que era un soplo de inspiración divina y cuando trabajaba por lo común de seis a siete horas sin interrupción alguna. Los canteros lo admiraban por sus obras y decían que “nunca daba un golpe en falso”.

Al fallecimiento del papa Urbano VIII le sucedió el papa Inocencio X quien trató de despedir a Bernini, pero cuando vio las obras del centro de la plaza romana de Navona para conjugar las artes figurativas con la arquitectura y el espacio urbano, exclamó “No podemos prescindir de él”, al contemplar sus arcos de roca, su armadillo, su caballo, su león y su palmera, todo tallado en piedra porosa, hacen las delicias de los niños de Roma.

De regreso a Roma, Bernini dedicó sus años de madurez a terminar su más grande proyecto: La columnata de la Plaza de San Pedro que representa la cumbre de su actividad. De forma ovalada con más de 240 metros, el espacio abierto frente a la Basílica está rodeado de pórticos cuádruples con un total de 372 columnas y pilastras. Él mismo dio forma a 96 de las 140 estatuas que decoran el techo. Según palabras de Bernini simbolizan los brazos extendidos “con que la iglesia maternalmente acoge a fieles e infieles por igual”.

Pero la fatalidad marcó el fin del genio, faltaban nueve días para que Bernini cumpliera 82 años de vida, cuando exhaló el último suspiro en su casa de Roma, rodeado de parientes, amigos y público en general que acudió a sus funerales, habiendo llorado la pérdida y hubo necesidad de aplazar el entierro para contener a la multitud de extranjeros que deseaban participar en el cortejo fúnebre.



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