miércoles, 25 de mayo de 2016

DESENCUENTRO DE BENITO JUAREZ Y PORFIRIO DÍAZ.

Después de tantos años de estar fuera de la Ciudad de México, por fin se realizó el regreso de Juárez y fue el 12 de julio de l867 cuando el general Porfirio Díaz partió a su encuentro dos kilómetros delante de Tlalnepantla.
Díaz tenía el mando de la capital desde tres semanas antes y quedó con un ejército de 20,000 hombres armados y municionados para recibir al presidente de la República. El encuentro de los dos personajes fue emotivo después de cuatro años de no verlo durante su entrevista en San Luis Potosí, en el momento de partir al frente del Ejército de Oriente en su marcha hacia Oaxaca.

El Presidente venía solo en su coche al que la gente llamaba guayín, seguido por Don Sebastíán Lerdo de Tejada. El presidente sintió Díaz, respondió mal a su saludo “Me recibió con aire adusto”. Don Sebastián por el contrario, descendió de su vehículo, y le invitó a subir a su guayín en forma amable y continuaron la marcha hacia Tlalnepantla, atrás del coche de B. Juárez que seguía siempre solo.

Algunos pequeños hechos provocaron grandes consecuencias, la guerra los había cambiado a los dos, los había envejecido y engrandecido y también los había nivelado. Juárez celoso por la  popularidad de P. Díaz lo humilló en forma pública durante el acto de su entrada a la Ciudad de México.

“Nada me dijo después de  este incidente el señor Juárez, pero comprendí que no sin razón le había desagradado mi conducta” habría de revelar él mismo al explicar en su descargo que necesitaba nombrar una autoridad en el momento de ocupar la capital. Díaz había nombrado a los gobernadores de los estados que formaban la Línea de Oriente: Chiapas, Tabasco, Veracruz, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, México y el Distrito Federal.

La comitiva del presidente Juárez siguió en sus carruajes hasta su destino. En la recepción de su llegada le llamó el  presidente, quien platicaba en voz baja con su gabinete y le dijo que “estaba sin haberes su escolta” Un regimiento, dos batallones y media batería. El general le respondió de inmediato que él disponía de fondos para cubrir ese adeudo. Esa acción puso de buen humor al presidente quien le comentó: “que tampoco cobraba sueldos su personal de ministros de Estado”. El general le informó que disponía de fondos suficientes para cubrir esos salarios, con las rentas de los Estados que formaban parte de la Línea de Oriente a su cargo.

El tema que más enturbió la relación fue el ministro plenipotenciario de Francia en la corte de Maximiliano, señor Alphonse Dano, a quien por intervención de los Estados Unidos solicitó permiso para permitirle salir de México y Díaz remitió la solicitud al presidente. “Usted me hará el favor de indicarme, desde luego, lo que debo hacer” la respuesta del presidente le dio la orden de reducir a prisión al ministro Dano, para poner a disposición del Supremo Gobierno el archivo de la legación de Francia.

Porfirio Díaz no ignoraba que eso equivalía a cometer un atentado contra el derecho de gentes,  por lo que le respondió que no juzgaba prudente seguir ese procedimiento. Le pidió eximirlo de llevarlo a cabo y, si él insistía, le ofreció su renuncia, para entregar el mando de sus tropas a un jefe que pudiera cumplir la orden. El general nunca recibió respuesta a su carta por lo que optó por hacer lo que había ofrecido al presidente: al tomar la capital, rendido el enemigo le hizo llegar su renuncia por escrito.

“Considerando ya innecesarias las facultades  omnímodas que me ha conferido, e inútil mi permanencia en el encargo de general en jefe del Ejército y Línea de Oriente, que sin merecimiento mío me encomendó, hago formal dimisión de dicho cargo, dando al presidente y a su digno ministro las más rendidas gracias por la confianza con que me han honrado”. Escribió ese día al Ministro de Guerra.

Don Porfirio herido en su dignidad y en su orgullo, se alejó de la capital. Cuando la desorbitada ambición de poder de Don Benito levantó contra él una ruda oposición, Juárez buscó el apoyo del general Díaz. Este no podía olvidar el agravio que el presidente le había hecho, se mantuvo en su posición y siguió con sus propios planes personales.



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