Por
los titulares de los periódicos suponemos que ya casi está integrado el equipo de gobierno, es decir los gabinetes
legal y ampliado que acompañarán al nuevo Presidente de la República que
iniciará su responsabilidad el 1° de diciembre próximo, su sexenio de trabajo.
Hoy
en día se ha observado que ya no vale mucho la integridad en las personas, pese a que es una de las virtudes
esenciales del ser humano, sobre todo en aquellos que manejan fondos públicos.
La integridad está con fondos
públicos y generalmente son recaudados por el estado.
Estos
principios representan nuestra conciencia del bien y del mal, nacida no de
normas de conducta, sino del sentido de calidad humana. Entre esos principios
podemos considerar la honradez, la valentía, la justicia y
la generosidad que se van formando cada vez que los seres humanos toman
una decisión difícil que afecta en gran forma a diferentes grupos sociales.
Las
faltas se observan en el solo hecho de proceder mal y no en el hecho de que se
descubra el daño cometido. Hay quienes dudan que los controles internos sirvan
de algo. ¿Acaso no somos informados frecuentemente de los daños cometidos por
los deshonestos? Esta pregunta nos hace recapacitar de los diferentes dilemas
que están ocurriendo en la vida moderna.
Muchas
personas han llegado a creer que lo único que se necesita para triunfar y
destacar, es necesario: talento, empuje y personalidad. Pero la historia nos ha enseñado a la larga,
importa más quiénes somos y quiénes aparentamos ser. Personajes como Fraklin y
Thomas Jefferson manifestaron su convicción que el éxito y la felicidad
auténtica, solo se alcanza si se hace de la integridad
la piedra angular en la vida.
Un
sistema de valores se basa sólo en aptitudes y la personalidad hace héroes de
nuestros personajes destacados y grandes empresarios. Por mucha admiración que
expresemos a esos triunfadores, no siempre los hemos de considerar dechados de
virtudes. Aunque la habilidad es necesaria para conseguir el éxito, no
garantiza la felicidad ni la realización personal, que más bien se derivan de
la integridad y para su desarrollo,
la clave consiste en aprender desde la primera edad, en ver el yo interno a trabajar de dentro hacia afuera.
Con
este enfoque, a los triunfos públicos los preceden los privados. Éstos últimos
no son más que propósitos que hacemos ante nosotros mismos así como ante los
demás, y que finalmente cumplimos todo lo que ofrecemos hacer o conseguir. No
tienen que ser cambios muy radicales para impresionar, sino pueden ser muy
ordinarios si finalmente cumplimos lo prometido.
Otra
manera de lograr la integridad
consiste en reconocer nuestros errores y corregirlos; un indicador que muestra
lo íntegro que somos y como reaccionamos ante lo que ha salido mal y
corregirlo, porque quienes actuamos con frecuencia en determinado tipo de
actividades, estamos expuestos a equivocarnos.
Deseamos
al nuevo personal que va a integrar los cargos públicos, sean responsables en
sus actividades y actúen con integridad
en todas sus actividades, para eliminar la corrupción que viene afectando
gravemente a nuestro país, durante estos últimos años.
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