He de tornar definitivamente brilla Hoy
que la nieve ya en mis sienes brilla
a mi tierra natal a mi Orizaba serenándola
mi frívola cabeza
donde seis lustros ha que se
arrullaba quiero
llegar a ti,
mi corazón sensual y adolescente. ciudad sencilla.
Volveré a recrear aquel ambiente y tus puentes
cruzando con presteza
que el viento norte y sur
enneblinaba a
tu seno tornar, ¡oh Pluviosilla!
y las flechas que el cielo gris
aljaba, para sorber
tu lluvia
lanza en el chipi-chipi
persistente. y
tu cerveza.
Ahora
que escribía sobre el ferrocarril mexicano, arribaron a mi mente varios momentos
que en forma vaga se encontraban dispersos en el “cajón de los recuerdos” que por mucho tiempo no tocaba; y, al
revisar su contenido encontré un viejo recorte que algún día me obsequió mi
amigo Francisco Liguori que ya no se encuentra entre nosotros y que quise
reproducir en su memoria.
Son
tantos recuerdos que llevamos bajo la piel que difícilmente me doy cuenta de
ellos, pero cuando empiezan a salir, se aglutinan y pasan a toda velocidad por
la mente, trataré de tomar algunos cuantos para hacer memoria en parte, y
fueron muchos años de acumularlos en una época tan histórica, apreciando desde
la segunda guerra mundial 1940-1945, el desarrollo de los avances científicos y
tecnológicos ocurridos en la segunda parte del síglo pasado.
Yo
creo haber recorrido toda la ciudad a pie y puedo decir que la conocía por todos lados a la
tradicional “Pluviosilla”. Se decía en
aquellas fechas que seis meses eran de lluvia y seis meses de chipi-chipi y que
solo teníamos dos estaciones, la de “aguas”
y la
del “ferrocarril”, la mayoría de sus calles empedradas, sus
banquetas de piedra labrada, su señorío colonial por la abundancia de iglesias
del siglo XVI y sus tejados de teja roja que le daban un agradable sabor
provinciano.
Muy
ostentoso y flamante lucía en aquellas fechas el palacio municipal que fue
hecho en Bélgica y traído en barco en piezas desarmadas de hierro, inaugurado
en 1894. El tradicional “parque Castillo”
en el centro de la ciudad, donde nos dábamos cita los amigos para pasar ratos
agradables en las neverías, el teatro “Llave”
donde fueron celebrados diversas actividades culturales de mucha tradición.
En
el centro de la ciudad destacaba la Parroquia de San Miguel, como principal
centro religioso de bodas y varias celebraciones sociales, la tradicional calle
Madero que fue la principal zona comercial en aquella época y una plaza lateral
donde se encontraba localizado el mercado como principal centro
de abasto de la ciudad, estaba rodeada de tiendas.
En
la alameda central que estaba ubicada en
una orilla de la ciudad, se encontraban diferentes obras de ornato y
principalmente estaba llena de jardines y fuentes de ornato. Había una estatua
de Ignacio de la Llave y un kiosco central, sus calles principales muy bien
pavimentadas. La alameda fue considerada
como centro de festividad y como punto de reunión en diferentes fechas como
desfiles y prácticas militares. Faltó mencionar el famoso “cerro del borrego”, así como los paseos naturales que están
ubicados en la periferia de la ciudad y las villas cercanas: Rio Blanco, Nogales
y Ciudad Mendoza que eran poblados muy pintorescos.
La
ciudad fue considerada como un centro industrial por encontrarse ubicadas las
principales fábricas de hilados y tejidos del país, la tradicional Cervecería
Moctezuma, así como la estación del Ferrocarril Mexicano con sus principales
instalaciones para el servicio de trenes de la vía México-Veracruz.
Tiene
muchos años que no he regresado a Orizaba y supongo que ha tenido el crecimiento
urbano como todas las ciudades del país y prefiero seguir guardando el grato
recuerdo como la dejé, porque el cambio ha de ser radical en crecimiento,
urbanismo y población…¡Cuna de tantos
recuerdos!