martes, 2 de junio de 2015

REMEMBRANZAS DE JUVENTUD.


Como de costumbre en una de mis charlas de amigos de mi juventud, se dejaron escuchar varios comentarios de nostalgias de cuando escolares de primaria en nuestras respectivas ciudades de origen como es el caso de uno de los compañeros que es de Sinaloa, otro de Oaxaca, otro español pero radicado en esas fechas en Iguala, otros del Distrito Federal y en mi casos de Orizaba, Veracruz. Fueron evocaciones de hechos pasados que recordamos con mucho cariño por ser menciones que llamaron nuestra atención y sirvieron de marco para la amena charla en donde reinó la cordialidad.

Para mí fue muy útil esta reunión, porque me sirvió para abrir el cajón de los recuerdos porque conforme avanzaba la plática de ellos, me iba centrando en algunas vivencias de mi escuela primaria para varones “Ignacio de la Llave” (La Cantonal), donde aprendí muchas cosas buenas y malas de la época con profesores verdaderamente calificados y con vocación de guías que con sus enseñanzas que nos impartieron con conocimientos y habilidades, nos sirvieron para toda la vida.

Para el comentario obligado en ese momento, improvisé una pequeña charla de las prácticas militares que nos daba un sargento del ejército mexicano y las marchas las realizábamos en la Alameda central de la ciudad que estaba ubicada precisamente frente a nuestra escuela y teníamos práctica una hora diaria dentro de nuestro horario mixto.

Lo que ya no platiqué y que ahora hago en este blog porque viene a mi memoria como una película que estoy recordando, es que diariamente en el mismo lugar de nuestra práctica militar, se encontraba un señor, (que ahora decimos de la tercera edad) se le veía siempre con el mismo atuendo: camisa blanca, pantalón caqui color café, zapatos negros limpios y en el invierno un maquinoff de lana a cuadros, con sombrero de fieltro, escrupulosamente limpio, saludaba con cortesía y al hacerlo tocaba su sombrero, nadie contestaba su saludo: el hombre decían estaba loco.

Se dice que pasado algún tiempo, al anciano loco siempre se le veía en la compañía de un niño que había conocido en ese lugar y que siempre estaban platicando acerca de la revolución mexicana. El anciano en su juventud había participado en esa revuelta y ahora ostentaba el grado de Teniente y siempre platicaba al niño sus memorias, interesándolo en las contiendas y vivencias, con cuya plática tenía embelesado a su oyente.

El anciano le prestaba libros de Julio Verne, a James Fenimore y a Salgari. Le indujo a leer Los tres Mosqueteros y luego Nuestra Señora de París, Napoleón en sus diferentes biografías, Anna Karenina, Guerra y Paz de Leon Tolstói. Cuántas cosas se enteró por su amigo el loco, aquella extraña amistad entre el hombre y el niño (su amigo) intrigó a mucha gente que los conocía y que no se explicaba por qué esa amistad con tanta diferencia de edades, al grado que mucha gente se refería a El loco y su amigo El loquito.

Al loco nunca le importó que así se le conociera ya que se acostumbró a que se le nombrara con ese seudónimo…  A mí tampoco me importaba.




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