Durante
la semana pasada y revisando unos documentos tuve la fortuna de encontrarme con
un libro que en su publicación por lo menos de hace diez años, fue muy aceptado
por lectores compulsivos titulado “Dios
vuelve en una Harley”, de Joan Brady, cuya historia nos hace pensar en
sentirnos vivos y libres porque sin tratar nada de religión narra el caso de
una mujer Christine que vive tan
apresurada que no se da cuenta de sus errores frecuentes en su vida y a sus
treinta y siete años considera perdida su oportunidad de encontrar al hombre
con quien pueda compartir su futuro. Mujer de poca fe que se ha olvidado de que
Dios existe y viene a darle unas reglas de vida ajustadas a la época actual que
le ayudarán a encontrar su felicidad.
El
encuentro lo tendrá con una persona cabalgando una Harley Davidson, pero que
con palabras sencillas le demuestra su sabiduría, convenciéndola a seguir el
camino hacia la felicidad a pesar de todo el desorden en que ella vive. En la
lectura puede uno perderse pero es una muestra de dos personalidades diferentes
con el objeto de lograr un cambio en la vida de Christine, mostrándole el
camino hacia la felicidad que siempre se inicia y se termina en nosotros mismos
y solo dentro de la aceptación de nuestro yo
interno somos capaces de dar y amar al prójimo en beneficio de nosotros
mismos.
Un
encuentro casual fue el de Christine con Joe (Dios) que transitaba sobre la
playa en su motocicleta Harley Davidson entablándose una charla entre palabras
en un aire cálido de la noche, considerando que ella debería empezar una nueva
vida. Quedaba la duda de porqué él se había acercado a ella en una Harley? La
respuesta no se dejó esperar: “Necesitaba una nueva imagen” olvidando las
sandalias y el pelo largo.
Las
entrevistas continuaron en forma inesperada y continuaron las frases como: “Vive cada momento de tu vida, pues todos
son preciosos y no debes malgastarlos”. El modo de pensar de Christine
empezó a cambiar porque pidió reducción en horas de trabajo, cambió de un departamento
grande de lujo a una casa pequeña y menos moderna frente a la playa, se ajustó
a comidas nutritivas. Recibió un nuevo mensaje de Joe (Dios) que decía: “El amor propio es la raíz de todos tus problemas.
Renuncia al ego y dejarás sitio solo a la felicidad”.
Lo
interesante fue cuando en el cambio de casa, trató de acomodar sus cosas. Fue
necesario eliminar toda la ropa de tallas menores a sus medidas actuales. Toda
esa ropa para el Ejército de Salvación como un donativo que se hizo a sí misma
al deshacerse de buena parte de su antigua identidad. Siguió donando varias
cosas que le resultaban inútiles como: cintas, libros y cosas que no había
mirado en años pero que por algún motivo absurdo retenía en su poder. Joe
(Dios) le hízo ver que resultaba demasiado mayor para cierta música o libros
que hay que dejar atrás y admitió de mala gana que estaba en lo cierto.
Finalmente
aquella noche cuando estaba en casa, se deslizó entre las sábanas y todo lo que
Joe le había enseñado daba vueltas en su cabeza, no quería olvidar ningún
detalle de su lección recibida ese día, por lo que decidió anotar en su diario
lo más importante de su conversación, sin confiar en su memoria para retener
todo lo que había aprendido en ese día. Saltó de su cama y se sentó ante su
pequeña mesa recordando los acontecimientos y escribió…
“Renuncia al ego, muéstrate tal y como
eres y no pierdas de vista lo que sucede”.
Llegamos
a la conclusión que los buenos libros y sobre todo los que uno recuerda con
cariño, nos proporcionan la idea de una grata compañía que todos anhelamos y no
aparecen al instante como si se tratara de arte de magia, pero que agradable
sensación es poder disfrutar de alguno de ellos en cualquier momento. Los
libros son tan necesarios como la respiración, debido a que muchas veces nos
ayudan a sobrellevar momentos malos que en ocasiones nos pasan y queremos
olvidar.
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