Esta
expresión es tan conocida como cierta y para demostrarlo, hagamos un pequeño
ejercicio sobre algo: ¿Cuándo fue la
última vez que esbozaste una sonrisa en tu rostro, la sonrisa en el estómago,
la alegría en el corazón y una plenitud de sentirte vivo?” Tal vez ya no lo recuerdes y eso puede ser lo
más común, da la impresión que estamos viviendo dentro de un mundo lleno de
preocupaciones o en una competencia de que “más
es mejor”, la alegría y la diversión parece que se nos ha borrado de
nuestras actividades que realizamos diariamente en forma normal.
Es
por eso que las librerías venden varios
libros que con cualquiera de ellos encuentras la plenitud para ser feliz y
resulta significativo que se vendan tantos cursillos para enseñar a reír y
pasarla bien. Es una resultante que dice mucho de nuestra sociedad actual y una
forma de vida que se desarrolla tan rápido, sobre todo en ciudades grandes como
puede ser el caso de esta ciudad capital; nos demuestra que hemos perdido la capacidad
para valorar debidamente tres dones que hemos recibido y que poco practicamos
como son: la alegría, la posibilidad de reír y el goce.
Además
el mismo medio en que nos desenvolvemos, nos obliga a vivir en una sociedad
racional, lógica, metódica y muy estructurada. ¿Cómo debemos aprender a ser
felices cuando vivimos con tanta tensión? Al menos eso es lo que ocurre con las
gentes que tratamos en nuestros diferentes medios de grupos sociales. Yo
recuerdo en alguna plática donde se tocaba el punto de la felicidad, al término
de la misma una mujer se levantó y exclamó “¡Qué
lástima que mi esposo no estuvo presente en esta plática! Ella hizo la
aclaración que lo amaba, pero explicó que le resultaba difícil vivir con
alguien eternamente infeliz. –El orador le pudo explicar lo que había estado
buscando: las razones altruistas- amén de las personales- por las que debemos
tomar en serio el concepto de felicidad.
-Todos
tenemos el compromiso con nuestros familiares y amigos frecuentes de ser tan
felices como podamos; y le puso el caso de preguntarle a cualquier hijo ¿qué se
siente vivir con un padre infeliz? o preguntarle a una madre ¿cuánto le duele
la desdicha de un hijo? Cualquiera puede ser infeliz, no se necesita hacer
ningún esfuerzo para serlo, lo verdaderamente meritorio consiste en luchar por
ser feliz.
El
concepto de esforzarse por ser feliz sorprende a mucha gente, porque piensan
que la felicidad es un sentimiento resultante de las cosas buenas que nos
suceden, las cuales casi nunca dependen de nosotros. Y lo cierto es que existe
muy poca relación entre lo que uno hace o está viviendo y su felicidad. Puede
ser todo lo contrario: la felicidad depende en gran parte del combate que
nosotros damos y que con nuestro esfuerzo debemos ganar y no un sentimiento o
una cruzada de buena suerte que esperamos
caiga del cielo.
Es
necesario realizar nuestro propio esfuerzo y lograr nuestros fines propuestos,
sin hacer comparaciones con otras personas a las que nosotros consideramos o
nos imaginamos son más felices que nosotros: un pariente, un amigo o alguna
otra persona a la que apenas conocemos. Personas que siempre nos platican sus
hazañas que les permitieron premios o éxitos sobresalientes en los negocios, en
su vida personal que pueden dejarlo a uno boquiabierto al conocer sus proezas.
Cuando nos enteramos un poco más de su vida, conocemos puntos difíciles que han
rebasado y nosotros creyendo que nunca habían probado la tristeza.
Debemos
tener una creencia fija en algo permanente que nos trasciende el convencimiento
de que nuestra existencia dispone de un conocimiento profundo. Necesitamos fe
espiritual o religiosa, o una filosofía de la vida. Y debemos tener en mente la
siguiente sentencia: “si resuelves fijarte en lo positivo, serás
afortunado, si resuelves fijarte en lo negativo, serás desdichado” al igual que con
la felicidad. Tú lo decides.
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