Vivir
en una ciudad grande como lo es la Ciudad de México que está considerada entre
las más grandes del mundo actual, nos da pauta para enterarnos de varias cosas
que ocurren a diario y que solamente viviendo acá se da uno cuenta de lo que
ocurre en el entorno y lo que sucede diariamente, lo mejor es aceptar las cosas
y darnos cuenta que las nuevas generaciones actúan de la misma forma como ven
actuar a sus familiares en casa.
La
gente en la actualidad vive muy rápido y por lo mismo no hace caso de los pequeños
detalles y por lo mismo, se inician diversas formas de educación en casa y al
niño no se le puede pedir más de lo que recibe. Comento esto porque la gente
cuando circula por la calle, es común verla de mal humor o se molesta de
cualquier cosa y en ocasiones son frecuentes los reclamos o molestias por
cualquier motivo, ya sea deambulando a pie
y no se diga en coche, la irritación es frecuente y los ánimos se exaltan
hasta por cuestiones triviales.
En
otras ocasiones las personas mayores a menudo nos esforzamos tanto por
divertirnos y en realidad pocas veces disfrutamos los momentos gratos por algún
pequeño incidente que no resultó a nuestro agrado. Más aún ¿no podría ser que
la verdadera causa de gran parte de nuestra fatiga, de nuestra tensión y
ansiedad no fuera sino eso; que hemos olvidado lo que es jugar? ¿Qué ha sido de
la magia de antaño? ¿Qué ha pasado con nuestra alegría de vivir? ¿Hemos olvidado
la gozosa situación de estar vivos?
Yo
tuve la oportunidad de convivir mucho con mi “único” nieto Alejandro, desde muy pequeñito y lo veía yo en sus
juegos, me pude dar cuenta que él me dio muchas respuestas a todas mis dudas,
en parte porque el niño nunca pregunta si lo que está haciendo merece la pena o
no, y juega por jugar, , es para él un fin en sí mismo. Recuerdo cuando le
llevaba a un parque de juegos infantiles cercano y se tiraba por la res
baladilla, quedaba completamente hechizado por el espectáculo que ofrecía el
mundo debajo de él. No pensaba en otra cosa y se limitaba solamente a gozar el
momento en los juegos y tal vez dentro de su mundo en la vida misma.
Esa
situación no ocurre con nosotros los mayores, casi siempre buscamos que otros
sean los que nos entretengan, así puede ser en el cine, en el teatro, aun en
casa disfrutando el juego de futbol en la televisión. O bien, nos valemos de
otras cosas en forma de juego: los dados, las cartas, el ajedrez. Permitimos
que sean otros objetos los que nos digan lo que debemos hacer y nos emocionamos
si de acuerdo con sus reglas del juego, ganamos o perdemos.
Todo
lo contrario pasa con el niño, cuando juega se entrega completamente a lo que
está haciendo y no permite que nadie dicte las reglas, él lleva el mando del
juego y le basta hacerlo con cualquier cosa que tenga a la mano, un hilo, una caja de cartón, un trozo de madera,
un envase del mismo juguete: y valiéndose de su imaginación crea un juego
diferente cada vez con nuevas reglas y siempre como algo extraordinario que
disfruta al máximo.
Esos
momentos que conviví con “Alex”, me
hicieron razonar que al crecer en edad y conocimientos olvidamos y perdemos ese
don de la “imaginación” todo lo
hacemos a base de reglas, dictados, normas, medidas y cánones aceptados por
otros y nuestra imaginación sufre un aparcamiento que nosotros acrecentamos al
no utilizarla con frecuencia.
Esta
situación me hace pensar que “debemos
aprender mucho de los niños”,
sobre todo cuando están haciendo algo que les interesa, el grado de
concentración se refleja en su carita, ese momento es todo para él, sin idea ni
plan consciente alguno, pone en cuanto está haciendo una alegría espontánea
impresionante, dejándose llevar y viviendo una sensación de libertad que solamente
él goza. Ese recuerdo me hace darme cuenta que los adultos debemos dejarnos
llevar por algo similar, descubriendo que algo maravilloso nos ocurre al
desechar nuestra preocupación de lo que piensen otros, y muchas veces nosotros
mismos de lo que hacemos.
En
la conducta con nosotros mismos, no seamos tan rígidos, al exigirnos hacer
solamente lo que nos parece sensato por imitación, ya que un niño no siente la
menor inclinación de continuar lo que está haciendo. En el momento que ya no le
place continuarlo, de inmediato cambia lo que está haciendo por otra cosa más
interesante. En nuestro caso a medida en que nos transformamos en mayores,
empezamos a avergonzarnos de ser espontáneos y muchas veces del “qué dirán”.
Otras
veces nos ocurre por momentos, que no tenemos deseos de hacer nada y eso no
quiere decir que practicarlo nos conduzca a una irresponsable holgazanería. Puede
ser que esos momentos sean de reflexión y nos permita renovar la fuente de
nuestro ser refrendando el deseo de: hacer mejores cosas, de renovar nuestro
esfuerzo para ser mejor persona y tantas otras cosas que se nos puedan ocurrir
en nuestro beneficio.
Renovemos
nuestro esfuerzo para despertar al “niño”
que aún vive en nosotros y tratemos de imitarlos aunque sea por momentos:
corriendo descalzos por la playa o por un pastizal, tomando helados con
frecuencia, brincando con un niño por la calle o subiéndonos a un tiovivo, o tomando
una taza de chocolate, lo importante es disfrutar el momento, porque esos ratos
“son los que nos hacen ser verdaderamente
felices y es muy posible que no se vuelvan a repetir”.
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