martes, 18 de junio de 2013

APRENDAMOS DE LOS NIÑOS.


Vivir en una ciudad grande como lo es la Ciudad de México que está considerada entre las más grandes del mundo actual, nos da pauta para enterarnos de varias cosas que ocurren a diario y que solamente viviendo acá se da uno cuenta de lo que ocurre en el entorno y lo que sucede diariamente, lo mejor es aceptar las cosas y darnos cuenta que las nuevas generaciones actúan de la misma forma como ven actuar a sus familiares en casa.

La gente en la actualidad vive muy rápido y por lo mismo no hace caso de los pequeños detalles y por lo mismo, se inician diversas formas de educación en casa y al niño no se le puede pedir más de lo que recibe. Comento esto porque la gente cuando circula por la calle, es común verla de mal humor o se molesta de cualquier cosa y en ocasiones son frecuentes los reclamos o molestias por cualquier motivo, ya sea deambulando a pie  y no se diga en coche, la irritación es frecuente y los ánimos se exaltan hasta por cuestiones triviales.

En otras ocasiones las personas mayores a menudo nos esforzamos tanto por divertirnos y en realidad pocas veces disfrutamos los momentos gratos por algún pequeño incidente que no resultó a nuestro agrado. Más aún ¿no podría ser que la verdadera causa de gran parte de nuestra fatiga, de nuestra tensión y ansiedad no fuera sino eso; que hemos olvidado lo que es jugar? ¿Qué ha sido de la magia de antaño? ¿Qué ha pasado con nuestra alegría de vivir? ¿Hemos olvidado la gozosa situación de estar vivos?

Yo tuve la oportunidad de convivir mucho con mi “único” nieto Alejandro, desde muy pequeñito y lo veía yo en sus juegos, me pude dar cuenta que él me dio muchas respuestas a todas mis dudas, en parte porque el niño nunca pregunta si lo que está haciendo merece la pena o no, y juega por jugar, , es para él un fin en sí mismo. Recuerdo cuando le llevaba a un parque de juegos infantiles cercano y se tiraba por la res baladilla, quedaba completamente hechizado por el espectáculo que ofrecía el mundo debajo de él. No pensaba en otra cosa y se limitaba solamente a gozar el momento en los juegos y tal vez dentro de su mundo en la vida misma.

Esa situación no ocurre con nosotros los mayores, casi siempre buscamos que otros sean los que nos entretengan, así puede ser en el cine, en el teatro, aun en casa disfrutando el juego de futbol en la televisión. O bien, nos valemos de otras cosas en forma de juego: los dados, las cartas, el ajedrez. Permitimos que sean otros objetos los que nos digan lo que debemos hacer y nos emocionamos si de acuerdo con sus reglas del juego, ganamos o perdemos.

Todo lo contrario pasa con el niño, cuando juega se entrega completamente a lo que está haciendo y no permite que nadie dicte las reglas, él lleva el mando del juego y le basta hacerlo con cualquier cosa que tenga a la mano, un  hilo, una caja de cartón, un trozo de madera, un envase del mismo juguete: y valiéndose de su imaginación crea un juego diferente cada vez con nuevas reglas y siempre como algo extraordinario que disfruta al máximo.

Esos momentos que conviví con “Alex”, me hicieron razonar que al crecer en edad y conocimientos olvidamos y perdemos ese don de la “imaginación” todo lo hacemos a base de reglas, dictados, normas, medidas y cánones aceptados por otros y nuestra imaginación sufre un aparcamiento que nosotros acrecentamos al no utilizarla con frecuencia.

Esta situación me hace pensar que “debemos aprender mucho de los niños”, sobre todo cuando están haciendo algo que les interesa, el grado de concentración se refleja en su carita, ese momento es todo para él, sin idea ni plan consciente alguno, pone en cuanto está haciendo una alegría espontánea impresionante, dejándose llevar y viviendo una sensación de libertad que solamente él goza. Ese recuerdo me hace darme cuenta que los adultos debemos dejarnos llevar por algo similar, descubriendo que algo maravilloso nos ocurre al desechar nuestra preocupación de lo que piensen otros, y muchas veces nosotros mismos de lo que hacemos.

En la conducta con nosotros mismos, no seamos tan rígidos, al exigirnos hacer solamente lo que nos parece sensato por imitación, ya que un niño no siente la menor inclinación de continuar lo que está haciendo. En el momento que ya no le place continuarlo, de inmediato cambia lo que está haciendo por otra cosa más interesante. En nuestro caso a medida en que nos transformamos en mayores, empezamos a avergonzarnos de ser espontáneos y muchas veces del “qué dirán”.

Otras veces nos ocurre por momentos, que no tenemos deseos de hacer nada y eso no quiere decir que practicarlo nos conduzca a una irresponsable holgazanería. Puede ser que esos momentos sean de reflexión y nos permita renovar la fuente de nuestro ser refrendando el deseo de: hacer mejores cosas, de renovar nuestro esfuerzo para ser mejor persona y tantas otras cosas que se nos puedan ocurrir en nuestro beneficio.

Renovemos nuestro esfuerzo para despertar al “niño” que aún vive en nosotros y tratemos de imitarlos aunque sea por momentos: corriendo descalzos por la playa o por un pastizal, tomando helados con frecuencia, brincando con un niño por la calle o subiéndonos a un tiovivo, o tomando una taza de chocolate, lo importante es disfrutar el momento, porque esos ratos “son los que nos hacen ser verdaderamente felices y es muy posible que no se vuelvan a repetir”. 

 

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