Estos días de calor extremo donde el termómetro fluctúa entre 23 y 30 grados se consideran altas temperaturas para el Distrito Federal, donde la gente circula libremente en la Ciudad, salvo en aquellos casos en que los inconformes por alguna causa, cierran el paso a los transeúntes, pero con este clima y sol los plantones duran poco tiempo.
Cuando nos sentimos perezosos y sin ánimo de hacer algo solemos buscar la manera más eficaz de completar la tarea indeseada. Intentamos agilizar el proceso y así ahorrar tiempo y energía. Pongámoslo en palabras más sencillas y claras: La pereza puede conducir a la innovación. En los últimos años, algunos psicólogos y empresarios han aprovechado este conocimiento a fin de modificar nuestra percepción de lo que la haraganería es en realidad.
Los estudios muestran que nuestro cerebro está programado para flojear. Para nuestros ancestros, la energía era un recurso valioso: tenían que conservarla a fin de competir por la comida, huir de los depredadores y pelear. Aprender a calcular los costos y beneficios calóricos de sus acciones era crítico para sobrevivir y era riesgoso gastar fuerza en cosas que no tenían una recompensa inmediata.
Una vez que pudimos dejar la preocupación por sobrevivir a diario, parecería natural que optáramos por la dejadez o la inactividad, pero ha ocurrido lo contrario. Hasta hace algunos años los estudiosos de la psicología han señalado que, que las altas funciones ejecutivas y la ambición por lograr las metas, son características esenciales para alcanzar el éxito y la felicidad,
Hace mucho tiempo un gran número de geólogos cristianos consideraban la pereza como un pecado; uno de los siete pecados capitales, ni más ni menos. La inactividad fue declarada un defecto moral, y el trabajo duro, su cura. Pero hay una enorme paradoja: entre más nos esforzamos, menos productivos somos. Cuando la demanda en nuestros vidas aumenta, nos presionamos más, da un paso hacia atrás, reclínate y procura ser "inactivo y dichoso"
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