viernes, 1 de mayo de 2020

VIVIMOS UNA NUEVA NORMALIDAD.


En esta época marcada por el Covid-19, nuestro gran reto es encontrar la forma de protegernos del virus, a nosotros y a nuestras familias y para la generalidad mantener vigentes sus empleos, lo cual cunde como amenaza.

Con más de tres millones de infecciones y alrededor de 230.000 víctimas mortales del virus hasta la fecha a nivel mundial, y con una previsión para mediados de año de una pérdida equivalente a 305 millones de puestos de trabajo en el mundo, lo que hay en juego no tiene precedentes.

Y no lo tiene, porque nadie sabe explicar en que consistirá esta nueva normalidad, parece que será dictada por las limitaciones impuestas, por la forma de vida impuesta por la pandemia y no por las nuevas disposiciones que se emitan al respecto.

Se trata de la destrucción de los medios de vida de la economía actual y de los agujeros enormes de los sistemas de protección marcados por los países más ricos, que han dejado a millones de personas en situación económica muy precaria.

Esta pandemia ha revelado de la manera más cruel la extraordinaria precariedad y las injusticias de nuestro mundo actual. Lo único que debería sorprendernos en todo esto es lo que está ocurriendo. Antes la falta de trabajo decente se manifestaba principalmente en episodios individuales de desesperación silenciosa.

Ha sido necesaria la calamidad del Covid-19 para sumarlo al cataclismo social colectivo que el mundo afronta hoy. Hace 52 años el líder Martin Luther King recordó al mundo la dignidad inherente a todo trabajo. En la actualidad el virus ha vuelto a poner en evidencia la función esencial de los héroes que trabajan en esta pandemia.

Son personas transparentes, ignoradas, infravaloradas, incluso ninguneadas, que con demasiada frecuencia figuran en la categoría de trabajadores pobres y en situación de inseguridad; generalmente son los trabajadores de salud y de prestación de cuidados, el personal de limpieza, las cajeras y cajeros de supermercados, el personal de transporte público.  

Hoy, negar la dignidad a estas y a otros tantos millones de personas es el símbolo de los errores de políticos pasados y de nuestras responsabilidades futuras.

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