viernes, 7 de septiembre de 2018

NECESITAMOS PERSONAS ÍNTEGRAS.


Tanto se ha hablado de la deshonestidad que existe entre nuestros gobernantes, actualmente siete de ellos están siendo investigados por nuestras leyes penales y varios de ellos se encuentran detenidos en prisiones de nuestro país y en el extranjero, en situaciones verdaderamente de riesgo para conseguir su libertad absoluta.                          

Hoy en día se ha observado que ya no vale mucho la integridad en las personas, pese a que es una de las virtudes esenciales del ser humano, sobre todo en aquellos que manejan fondos públicos. La integridad está con fondos públicos y generalmente son recaudados por el estado.

Estos principios representan nuestra conciencia del bien y del mal, nacida no de normas de conducta, sino del sentido de calidad humana. Entre esos principios podemos considerar la honradez, la valentía, la justicia y la generosidad que se van formando cada vez que los seres humanos toman una decisión difícil que afecta en gran forma a diferentes grupos sociales.

Las faltas se observan en el solo hecho de proceder mal y no en el hecho de que se descubra el daño cometido. Hay quienes dudan que los controles internos sirvan de algo. ¿Acaso no somos informados frecuentemente de los daños cometidos por los deshonestos? Esta pregunta nos hace recapacitar de los diferentes dilemas que están ocurriendo en la vida moderna.

Algunas personas han llegado a suponer que lo único que se necesita para triunfar y destacar, es: talento, empuje y personalidad.  Pero la historia nos ha enseñado a la larga, importa más quiénes somos a quiénes aparentamos ser.

Un sistema de valores se basa sólo en aptitudes y la personalidad hace héroes de nuestros hombres destacados y grandes empresarios. Por mucha admiración que expresemos a esos triunfadores, no siempre los hemos de considerar dechados de virtudes. Aunque la habilidad es necesaria para conseguir el éxito, no garantiza la felicidad ni la realización personal, que más bien se derivan de la integridad. Para su desarrollo, la clave consiste en aprender desde la primera edad, en ver el yo interno a trabajar de dentro hacia afuera.

Con este enfoque, a los triunfos públicos los preceden los privados. Éstos últimos no son más que propósitos que hacemos ante nosotros, así como ante los demás, y que finalmente cumplimos todo lo que ofrecemos hacer o conseguir. No tienen que ser cambios muy radicales para impresionar, sino pueden ser muy ordinarios si finalmente cumplimos lo prometido.

Otra manera de lograr la integridad consiste en reconocer nuestros errores y corregirlos; un indicador que muestra lo íntegro que somos y como reaccionamos ante lo que ha salido mal y corregirlo, porque quienes actuamos con frecuencia en determinado campo de actividad, estamos expuestos a equivocarnos.







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