Tanto
se ha hablado de la deshonestidad que existe entre nuestros gobernantes,
actualmente siete de ellos están siendo investigados por nuestras leyes penales
y varios de ellos se encuentran detenidos en prisiones de nuestro país y en el
extranjero, en situaciones verdaderamente de riesgo para conseguir su libertad
absoluta.
Hoy
en día se ha observado que ya no vale mucho la integridad en las personas, pese a que es una de las virtudes
esenciales del ser humano, sobre todo en aquellos que manejan fondos públicos.
La integridad está con fondos
públicos y generalmente son recaudados por el estado.
Estos
principios representan nuestra conciencia del bien y del mal, nacida no de
normas de conducta, sino del sentido de calidad humana. Entre esos principios
podemos considerar la honradez, la valentía, la justicia y la generosidad que
se van formando cada vez que los seres humanos toman una decisión difícil que
afecta en gran forma a diferentes grupos sociales.
Las
faltas se observan en el solo hecho de proceder mal y no en el hecho de que se
descubra el daño cometido. Hay quienes dudan que los controles internos sirvan
de algo. ¿Acaso no somos informados frecuentemente de los daños cometidos por
los deshonestos? Esta pregunta nos hace recapacitar de los diferentes dilemas
que están ocurriendo en la vida moderna.
Algunas
personas han llegado a suponer que lo único que se necesita para triunfar y
destacar, es: talento, empuje y personalidad. Pero la historia nos ha enseñado a la larga, importa
más quiénes somos a quiénes aparentamos ser.
Un
sistema de valores se basa sólo en aptitudes y la personalidad hace héroes de
nuestros hombres destacados y grandes empresarios. Por mucha admiración que
expresemos a esos triunfadores, no siempre los hemos de considerar dechados de
virtudes. Aunque la habilidad es necesaria para conseguir el éxito, no
garantiza la felicidad ni la realización personal, que más bien se derivan de
la integridad. Para su desarrollo, la
clave consiste en aprender desde la primera edad, en ver el yo interno a trabajar de dentro hacia afuera.
Con
este enfoque, a los triunfos públicos los preceden los privados. Éstos últimos
no son más que propósitos que hacemos ante nosotros, así como ante los demás, y
que finalmente cumplimos todo lo que ofrecemos hacer o conseguir. No tienen que
ser cambios muy radicales para impresionar, sino pueden ser muy ordinarios si
finalmente cumplimos lo prometido.
Otra
manera de lograr la integridad
consiste en reconocer nuestros errores y corregirlos; un indicador que muestra
lo íntegro que somos y como reaccionamos ante lo que ha salido mal y
corregirlo, porque quienes actuamos con frecuencia en determinado campo de
actividad, estamos expuestos a equivocarnos.
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