La encargada de la biblioteca era una elegante mujer que desentonaba en el viejo y mal ventilado recinto y cuando una niña de diez años acudió. a solicitar un libro que por su interés, transformó en parte mi mundo de lectura a los diez años de edad y en cuya portada había una ilustración de un carruaje dorado, con destellos en los rayos de las ruedas.
Varios días después cuando me presenté a devolver el libro en préstamo, la encargada de turno era la antítesis del estereotipo de las bibliotecarias, alta y delgada y su cabello de color caoba echado hacia atrás enmarcaba unos pómulos salientes y pálidos.
La mujer tenía ojos verdes y los anteojos apoyados sobre la punta de la aristocrática nariz, saltaba a la vista su distinción y llevaba una lupa de 2.5 centímetros de diámetro con la montura de filigrana colgada al cuello de una cadena de oro trenzado.
La bibliotecaria vestía con sencillez, y me sugirió otro libro cuyo título se llamó “El Castillo Soñado” del Dr. Dodie Smith, la misma mujer que escribió l01 dálmatas (sonaba a un grupo de niños simplones que jugaban a tomar una fortaleza.
La lectura me enganchó por completo. Nunca le dijo a la dama cuánto significó para ella ese libro que estimuló su sueño de escribir. Actualmente es una famosa escritora reconocida y sus libros han recibido varios premios de calidad por sus diferentes libros escritos.
Recientemente regresó en una Navidad a visitar a su madre a su pueblo de origen y fue invitada a un almuerzo en un pintoresco salón de té en el centro de su ciudad natal. No bien se había tranquilizado y entrado en calor con una taza de café en el Salón de té y alcanzó con la mirada viendo a la bibliotecaria que le cambió la vida.
Habían transcurrido 16 años, pero por un instante el tiempo se detuvo, esa gracia refinada que no se detiene por la edad, me puse de pie de un salto, y mientras me dirigía hacia ella, exclamé: “Usted me recomendó un libro “El Castillo Soñado” ¡Ahora soy escritora! Ese sigue siendo mi libro favorito. Mientras la vi alejarse con el mismo andar que yo recordaba, me pregunté cuántas vidas no cambiamos sin comprender siquiera el alcance de nuestras acciones, lo único que hizo fue “prestarme un libro”.
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