TENGO 89 AÑOS SOY
AFORTUNADO.
Desde mis años de juventud me he
vanagloriado de haber nacido en mi natal Orizaba y haber pertenecido al Estado
de Veracruz, recordando mis años mozos, proveniente de una familia humilde pero
muy honorable y eso me llena de satisfacción ya que al haber cumplido 20 años
tuve la inquietud de venirme a esta ciudad Capital donde he permanecido hasta
la fecha.
Me gusta el mes de diciembre y lo
considero el mejor del año por su contenido de fiestas y reuniones donde se
puede departir mucha alegría, revivir amistades y sobre todo desear buenos
deseos y dar y recibir mucho amor. Provengo de antepasados longevos y eso me
hace ver a las personas de edad no como curiosidades reverenciadas, a menudo
son, por lo contrario, un problema social.
También me atrae la risa que
despierta la mente entre dos o más personas. Sabiendo que mi tiempo es limitado,
me descubro admirando la naturaleza de manera más prolongada e intensa, sobre
todo contemplando las flores de mi jardín, siempre en busca de cambios más
impresionantes en el cielo mexicano.
¿Soy sabio en mi vejez? No lo sé,
pero ahora soy más tolerante y aunque no fui un joven afectuoso, el amor
apasionado me hizo serlo y ahora me emociona profundamente el afecto que
recibo, considero que esta es una de las recompensas a mi edad.
Supongo que crezco lentamente y
mucho debo a las mujeres desde mi niñez, cuando mi madre nos con sus cambios de
humor y emociones. Cuando todo se ha dicho y hecho, los placeres de la vejez
son de origen más perdurables, hasta el amor resulta más misterioso, tierno y
duradero.
El gran mal de la vejez resulta
cuando los amigos se van. Las filas de nuestra generación se rompen cada vez
más, y en los espacios abiertos corre un aire frío, parte de uno mismo se
pierde cuando se va un amigo, aunque al lamentar su muerte se aprende a
revalorar el pasado, en el que pensábamos con indiferencia, y a mantener vívido
su recuerdo. Somos espiritualmente miembros los fascinaba unos de los otros.
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