En el mes de diciembre del año 1953 tuve oportunidad de haber llegado a la Ciudad
de México y una de las primeras cosas que se me ocurrió fue ir a la Escuela de
Comercio a pedir información sobre la fecha de inicio de las inscripciones para
iniciar mis estudios de contaduría en administración.
Ocurrió al estar revisando los diferentes listados, que encontré a otro
compañero que estaba en las mismas condiciones de información que yo, de nombre
Manolo Gòmez, sin conocernos iniciamos una nueva amistad que duro toda una
vida.
Coincidió que esa persona y yo, conseguimos inscripción en el mismo grupo y
horario de clases, empezamos a frecuentarnos y así transcurrieron los años de
estudio hasta el término de la carrera. Durante los años de estudiantes,
gozamos de muchas aventuras buenas y malas, ya que en aquellas fechas fueron
tiempos difíciles que pasamos lejos de la casa materna. Él llegó a esta ciudad
procedente del estado de Guerrero y yo vine del estado de Veracruz pero nos
hicimos buenos amigos.
Durante el tiempo de nuestros estudios y por horarios en nuestros trabajos,
hubo una separación en la que llegamos en grupos diferentes al final de
nuestros cursos; y aunque teníamos compañeros de horarios diferentes, nuestra
amistad continuo con menos frecuencia y cada uno de nosotros concluyo estudios en fechas distintas.
Con el curso de los años tuvimos oportunidad de reencontrarnos en
condiciones diferentes: él organizó un despacho profesional y yo me dedique a
laborar en la dirección de empresas. Tuvimos oportunidad de continuar una amistad
personal que ha durado muchos años.
Así transcurrieron muchos años en los que logramos tener nuestras
respectivas familias y un prestigio que nos ayudó a consolidar un futuro digno
en la que dimos oportunidad de estudiar a nuestros hijos, en escuelas de mucho
prestigio y ahora tenemos el orgullo de contar con hijos formados en sus
respectivas especialidades y sobre todo, son gentes de bien.
Cuando todo se ha dicho y hecho, los placeres de la vejez son de naturaleza
más perdurable. Hasta el amor resulta más misterioso, tierno y duradero. El
gran mal de la vejez es la muerte de los amigos y ahora me entero de la muerte
de mi amigo Manolo. Parte de uno mismo se pierde cuando se va un amigo, aunque
al lamentar su muerte se aprende a revalorar el
pasado en el que pensábamos con indiferencia y a mantener su recuerdo.
Somos espiritualmente miembros los unos de los otros pero así es el destino y
tenemos que acatarlo.
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