Desde mi adolescencia me he vanagloriado de haber nacido en los años treinta del siglo pasado y en cada uno de mis aniversarios he pensado que dispongo de avanzada edad como la medida del siglo. Vengo de antepasados longevos, producto de los grandes avances de la ciencia médica, de las medidas de higiene conocidas hasta hoy, por lo que el promedio de vida ha aumentado considerablemente en la actualidad.
Los ancianos ya no son curiosidades reverenciadas, a menudo por lo contrario, un problema social, ya que es frecuente encontrarles en cualquier lugar de las ciudades, centros recreativos o trabajando al servicio de cualquier Institución pública o privada, advirtiendo al mundo en general, que si se nos aferra por la muñeca podemos relatar una larga historia de antecedentes.
No hemos tenido un solo día de enfermedad y nos hemos distinguido por sanos, excepto una tos invernal o una ligera punzada en alguna parte del cuerpo. Afortunadamente la gente por lo general tiene más cuidado de su persona, fuma menos que antes, sus horas laborales se rigen por leyes, a muchos nos tocó vivir en la época de la segunda guerra mundial, conociendo los buenos y duros viejos tiempos.
Somos buenos al pretender ser modestos, nos negamos a reconocer alguna vez que estamos equivocados o que somos incapaces de hacer alguna actividad, sobre todo en estos tiempos que está en vigor la época de la cibernética aplicable a casi todas las actividades humanas; sin embargo, detrás de nuestra estulticia también está la certeza de que la edad no marcha mateamáticamente año tras año a la par del calendario.
Aun actualmente y por las mañanas acostumbro caminar de l a 2 kilómetros a buen paso para estar activo durante casi toda la mañana, ayudando a labores en casa y dejando tiempo para atender mis actividades laborales que aunque han disminuido en número debo realizarlas de lunes a viernes. He podido apreciar que la inflación sigue subiendo y por consiguiente los impuestos van en aumento en perjuicio de la clase laboral activa.
Soy sabio en mi vejez, no lo sé aunque reconozco que ahora soy más tolerante que antes puesto que no fui un joven afectuoso pero los años y a mi edad, me han hecho serlo y ahora me emociona profunramente el afecto que recibo, creo que esta es una de la s recompensas de la vejez. Supongo que crezco lentamente y por esta razón, viene a mi memoria varios recuerdos desde mi niñez.
Las filas de mis amigos de nuestra generación se rompen cada vez más, y en los espacios abiertos sigue corriendo un aire frío y parte de uno mismo se pierde cuando se va un amigo, aunque al lamentar su muerte se aprende a revalorar el pasado en el que pensábamos con indiferencia y a mantener vívido su recuerdo, somos espiritualmente los unos de los otros.